Candace Pert (1946 - 2013), neurocientífica y farmacóloga con más de 250 estudios científicos publicados, es considerada por muchos como la “madre de la psiconeuroinmunología”.
Gracias a sus investigaciones, hoy sabemos que las tres áreas clásicamente separadas -Neurociencia (Cerebro), Endocrinología (Glándulas) e Inmunología (Nódulos linfáticos, Médula ósea y el Bazo), están unidas en una red integrada de comunicación multidireccional coordinada de acuerdo a acciones concretas de moléculas mensajeras específicas.
Candace Pert descubrió en 1972 la existencia de los Receptores Opioides, situados en la superficie de la célula. Estos receptores se unen selectivamente a moléculas específicas, tal y como una llave encajaría en su cerradura. Muchas de estas sustancias recibidas por los receptores son los Neuropéptidos, los substratos básicos de la emoción.
Cuando estos neuropéptidos son liberados, experimentamos sensaciones, sentimientos, pensamientos, cambios de humor…
La doctora Pert descubrió que las emociones son sustancias químicas que nuestro cuerpo produce. Esto ya es bastante revelador, pero su investigación fue mucho más allá: además de hacernos sentir de determinada forma, las emociones dirigen los cambios fisiológicos que ocurren simultáneamente en el Cerebro y el resto del Cuerpo, modifican nuestra percepción y transforman nuestros estados de Conciencia.
A lo largo de su carrera, nos mostró que las emociones, en gran medida ignoradas dentro de la ciencia y la medicina, son en realidad clave para entender cómo el Cuerpo y la Mente se afectan entre sí.
Además de sus contribuciones en el campo de la Medicina, el trabajo de la Dra. Pert fue determinante para permitirnos prosperar en nuestro conocimiento acerca de la Inteligencia Somática.
Dentro de la comunidad científica, cualquier relación entre el aspecto anímico o psicológico y la salud física siempre ha sido sospechosa: sugerir que la psique afecta nuestra biología es visto por muchos como algo místico y absurdo.
Sin embargo, las emociones y sus sustratos bioquímicos pueden ahora ser medidos, y cada vez disponemos de más estudios que validan empíricamente la conexión indisoluble entre nuestra mente y nuestro cuerpo.
Las "moléculas de la emoción" actúan como señales que afectan a la química y la electricidad de cada célula en el cuerpo. Cuando el receptor, situado en la membrana celular, es activado por una molécula de la emoción, transmite un mensaje al interior, y este mensaje cambia la frecuencia eléctrica de la célula y su composición química, modificando también su comportamiento: crear nuevas proteínas, tomar decisiones acerca de la división celular, abrir o cerrar canales iónicos, modificar la expresion epigenética etc.
La vida de la célula, por lo tanto, está determinada por los mensajes que las "moléculas de la emoción" le envían. Son estos mensajes, y no los genes, los que establecen nuestra conducta, nuestro humor y nuestro funcionamiento biológico. Todo nuestro cuerpo depende de estas sustancias. De hecho, nuestro estado mental también depende de ellas: según la doctora Pert, los neuropéptidos son responsables de alterar nuestros estados de conciencia.
Nuestras emociones son mucho más que «cosas que sentimos»: son los conductores principales de nuestros sistemas biológicos y orquestan el equilibrio de nuestro organismo.
¡Cuanto más connectamos y experimentamos una emoción, más fácil nos resulta seguir sintiéndola en el futuro!
Cuanto más alegría sentimos, más preparamos el terreno para que nuestro cuerpo cree los circuitos asociados con esa emoción. Y cuanto más nos sumimos en emociones nocivas, más fijamos los circuitos asociados con las moléculas tóxicas (como sería el caso del famoso cortisol, la hormona del estrés más destacada, que es altamente tóxica y nociva).
Reprimir emociones y no dejarlas fluir libremente rompe la integridad del sistema.
El estrés derivado de la supresión emocional se manifiesta en bloqueos e insuficiencias en el flujo de neuropéptidos que regulan las funciones celulares, y resulta en un debilitamiento que puede conducir a la enfermedad.
Si reprimimos la expresión de las emociones, también reprimimos nuestras funciones orgánicas, lo que a la larga produce desequilibrio, malestar y enfermedad. Se produce un atasco y las cosas no funcionan.
Las emociones incómodas que tanto nos esforzamos por reprimir, y que típicamente surgen de nuestra incapacidad de responder funcionalmente ante el estrés cotidiano, son parte fundamental de nuestra Red Psicosomática. Lejos de tratar de apartarlas, debemos observarlas, reconocerlas y dejarlas fluir libremente para que nuestros ciclos emocionales sigan su curso de forma natural.
La clave fundamental se encuentra en algo que ya has oído muchas veces: el Equilibrio Emocional.
El Equilibrio Emocional es el resultado de un flujo abierto de emociones.
Esto no es fácil, desde luego. Lidiar con todas esas emociones incómodas y dolorosas sin caer en la represión emocional ni en la reacción caótica, es todo un desafío porque tenemos que aprender a intervenir conscientemente sobre los mecanismos psicobiológicos de la emoción.
Tenemos que entrenarnos para permitir que la Mente Consciente dirija nuestra vida.
La Respiración Consciente, Mindfulness o Atención Plena también puede actuar como fuerza para poner nuestras moléculas beneficiosas en acción. La atención enfocada a la actividad cardiorrespiratoria modifica la frecuencia y amplitud de la respiración, lo que produce cambios en la cantidad y los tipos de moléculas que son liberadas del tronco encefálico, transformando nuestros estados de conciencia y el funcionamiento de la red psicosomática.
Y dado que la práctica de la Atención Plena libera endorfinas, nuestros opiáceos naturales, así como otras sustancias reguladoras del dolor y antidepresivos naturales, los cambios que esta práctica pone en funcionamiento son realmente significativos.
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